lunes, 24 de mayo de 2010

Porque Orlando era un poco torpe

Pronto cubrió de versos diez y más páginas. Era sin duda un escritor copioso, pero era abstracto. El Vicio, el Crimen, la Misericordia eran los personajes de su drama; había Reyes y Reinas de territorios imposibles; horrendas conspiraciones lo consternaban; sentimientos nobles lo inundaban; no se decía una palabra como él mismo la hubiera dicho; pero todo estaba enunciado con una fluidez y una dulzura que, considerando su edad -estaba por cumplir los diecisiete- y el hecho de que el siglo dieciséis tenía aún muchos años que andar, era asaz notable. Sin embargo, al fin hizo alto. Describía, como todos los poetas jóvenes siempre describen, la naturaleza, y para determinar un matiz preciso de verde, miró (y con esto mostró más audacia que muchos) la cosa misma, que era arbusto de laurel bajo la ventana. Después, naturalmente, dejó de escribir. Una cosa es el verde en la naturaleza y otra en la literatura. La naturaleza y las letras parecen tenerse una natural antipatía; basta juntarlas para que se hagan pedazos. El matiz de verde que ahora veía Orlando estropeó su rima y rompió su metro. Además, la naturaleza tiene sus mañas. Basta mirar por la ventana abejas entre flores, un perro que bosteza, el sol que declina, basta pensar 'cuántos soles veré declinar', etcétera, etcétera (el pensamiento es harto conocido para que valga la pena escribirlo), y uno suelta la pluma, toma la capa, sale fuera de la pieza, y se golpea el pie en un arcón pintado. Porque Orlando era un poco torpe.

[Orlando, de Virginia Woolf
Traducción de Jorge Luis Borges]


Nota final: No diré nada. El tiempo es mi voz. El se oscurece, brilla, desahoga su rabia en lluvia de cristal y abrasa con su calor. Se parece a mí. A mis cambios. A mi inestabilidad. Hoy le he dicho una verdad muy grande a alguien, a causa de una tontería. Lo que hay detrás de mis ojos es, desde hace tiempo, eso que Lorca llamaba el mar que deja de moverse. Y entonces es cierto. ¿Qué? Que no existen más palabras que pronunciar acerca de una realidad de dos caras frías, de verde y de oscuridad de bosque.

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