sábado, 30 de enero de 2010

Tengo miedo

Hoy, más que nunca, tengo miedo de dejar de quererte. Tengo miedo de que el hielo llegue definitivamente a mi corazón, de que no signifiques más que un rostro y años de económica entrega, de que tu recuerdo no sea sino dolor e indiferencia. Tengo miedo de que me odies y temo asimismo odiarte.

Tengo miedo, mucho miedo. Hoy las rosas se han quebrado de nuevo y me has dejado marcada, arrastrada del cabello por el suelo, herida y sangrante en tu altar. Duele. Pocas veces había dolido tanto. ¿Sabes por qué? Porque te quiero. Porque, aunque sea mi existencia tu motivo de vergüenza, aunque haya nacido significando aquello que tú odias, aunque sienta tu desaprobación en cada mirada y en cada palabra, te quiero. No entiendo el motivo de quererte. El alma no entiende de porqués, ni de razones, ni tan siquiera de férreos argumentos.

Tengo miedo de dejar de quererte. Tengo miedo de recordarte un día sólo como quien me derrotó y me hizo enfrentarme a un reflejo distorsionado, quien fue capaz de rasgar mi interior y destrozar una parte de mi existencia. Tengo miedo de ver el rostro del odio en mis propios ojos al mirarte. Tengo miedo de convertirte en polvo y aire, en maleza agreste, en una foto rota al fondo de un triste álbum.

Tengo miedo de decepcionarte, aunque sé que ya lo he hecho. Tengo miedo de no ser lo que tú deseabas y tengo miedo de verme arrojada al abismo del olvido. Tengo miedo de que dejes de quererme, y al mismo tiempo quiero que lo hagas. No quiero quererte y, del mismo modo, temo dejar de quererte. Quiero que lo signifiques todo, quiero hablarte, quiero tu apoyo y tus sonrisas, y al tiempo quiero que dejes de reducir mis alas a frágil arena de hueso.

Tengo miedo. De mí. De ti. Del abismo. Del olvido. Y de la muerte.

lunes, 18 de enero de 2010

Berra Stevo ao auditorio...

Mentres existan homes, existirán as palabras, ¿non o sabedes? ¡Por iso eu resucito a poesía! -Berra Stevo ao auditorio, presa dunha escura paixón que tiña adormecida, sexo e morte, Eros e Tánatos fundidos, a fin violando ao principio.

[Soños eléctricos, Ramón Caride Ogando]

sábado, 16 de enero de 2010

Lo mejor de mí

Nunca me atreví a decirte que te quiero,
que tu sangre es la que llevo,
que mi vida empieza enti.
Y ahora estoy aquí...
Tengo miedo de perderte,
hoy le gritaré a la gente
que eres lo mejor de mí.

martes, 12 de enero de 2010

Pour faire un poème

Trouver d'abbord un lieu solitaire
o un lieu plein de peuple,
çe ne pas très important.
Rêver, pendant long temp
et imaginer ça que tu veux vivir,
mais... jamais penser sur écrire tes rêves.
Chercher les plus beaux mots
et les plus étranges mots,
simplement les mots que tu aimes.
Jamais savoir ça que tu vas raconter,
jamais raconter rien de rien,
simplement rêver, imaginer... et sentir.
Ensuite trouver ta plume ou ton stylo
et regarder la temible feuille blanche
sans peur.
Fermer les yeux un moment
respirer très profondement
et chanter à la vie et à la mort.
Écrire.
Écrire quelque chose sur la beauté
quelque chose sur l'amour
quelque chose sur l'haine
quelque chose sur la tristesse
quelque chose sur la gaieté
quelque chose sur les personnes qu' habitent sur le monde
quelque chose sur les dieux que tu ne peux pas voir.
Sentir, toujours sentir
et aimer les mots que tu es en train d' écrire.


[Imitation de Jacques Prevert]

lunes, 11 de enero de 2010

Soñando

Hoy desearía acompañar a lord Byron de la mano a través de tierras lejanas y, siendo su camarada, reír en medio del humo y la niebla, llorar de dolor ante la tormenta del espíritu y rasgar carne y alma frente a las rosas de una ninfa. Me gustaría encontrar a Whitman en una calle transitada y pedirle que me enseñase a amar a todo ser vivo, que detenidamente, ambos tumbados en un claro de hierba viendo pequeñas y laboriosas hormigas trabajar, pudiese yo mirar al cielo y explicar a dios cómo se ha de bendecir a todos, y no sólo a los bienaventurados. Feliz sería si recibiese, en papel humedecido de perfume, una misiva de Wilde; las cinco en punto, té, su dios, mi diosa y el legado de la belleza condensado en apenas unas pocas palabras.


Y la sonrisa llegaría firme a mi rostro si, más tarde, Lorca me mostrase caballos de luz y, arrancando una pluma de una bella paloma, me enseñase en viejo pergamino cómo se han de componer los sonetos del alma. Así, trazaría mi mano las más bellas letras, expresaría mi pobre ser lo que no es capaz de pintar con palabras, sabiendo que esa noche, apenas regresase a mi hogar, una Safo dulce abandonaría sus palabras a las Pléyades y me nombraría su Cleis. Y ni Eros ni Atenea entenderían jamás lo que quien saborea la miel de la hermosura comprende.

viernes, 8 de enero de 2010

Escribo

Escribo. Esta es mi única seguridad, mi espada, mi baluarte para defenderme de mí misma y de mi miedo. ¿Para qué pedir socorro, si comprendo que no seré oída? ¿Por qué desesperar, si el fin se halla tan próximo que lo siento ya sobre mi piel, helándome el corazón y partiéndolo en pedazos, como se rompe una frágil figura de cristal que cae al suelo?

Y es a ti a quien escribo, a mi querido Nadie. Sí, a ti. A ti, a quien nunca conocí ni esperé conocer. A ti, que pasaste por mi vida, y en quien no reparé. A ti, persona con la que quizá me crucé en una calle, una esquina, un recoveco de mi existencia y cuyos rasgos soy incapaz de perfilar. A ti, que caminaste junto a mí sin hacerlo a mi lado. A ti, compañero invisible de periplo en este mundo que ni tú ni yo comprendemos totalmente. A ti, que vives y sientes como yo, pero de un modo diferente. A ti, a quien quizá nunca hubiera llegado a comprender. A ti, que nunca leerás esto. A ti, seas quien seas, vivas donde vivas, creas en lo que creas. A ti, destinatario de mis últimas palabras, testigo ciego de mi fin, compañero en estos instantes de agonía. No me olvides.



[Extracto de mi
Carta a Nemo, texto sobre el fin, la muerte y la sinrazón de la existencia. Nemo, en latín, significa nadie]

Fotografía tomada por Peter el nueve de abril de 2009.

miércoles, 6 de enero de 2010

Depeche Mode tuvo la culpa

La decepción. El bus que se escapa, los segundos que le imitan y la perspectiva de llegar tarde exageradamente presente. El mensaje que no quiero volver a leer jamás y la perspectiva de una víspera de Reyes tan deplorable como parece ser norma. Deseos, aún así, de una tarde hermosa. Malestar. Sensación de que no se es ni se tiene bastante. Los recuerdos y las añoranzas. El estado navideño inherente a mi persona y completamente incongruente con lo que me rodea.


Los cúmulos de gente. Las personas que gritan y casi llegan a las manos por un lugar en primera fila. El puñado de críos buscando caramelos y el buen número de padres con apariencia de hombres y mujeres que han sentado la cabeza, pero tan confusos al respecto de lo que ansían y esperan de la vida que casi causan lástima. Como ésa que me provoco a mí misma de cuando en cuando. Los sonidos, los ruidos que interfieren y la reflexión muda.


La llamada perdida. La carrera entre personas que no se merecen el permiso de conducción por equivaler en su caso a una verdadera licencia para matar en carretera. La extraña sensación de tranquilidad. La seguridad de contar con alguien al otro lado del teléfono en cuando sea necesario. La necesidad de aferrarse a otra persona. La confianza recobrada y los pasos en la cuerda del funámbulo.


Los recuerdos. La idealización, la comparación, el instante y la decepcionante comprobación. La estupidez propia e inherente al ser humano. Los sonidos caóticos. Las personas que se cruzan e impiden el paso. El bebé que me mira y aparta la mirada, como hacen casi todos los niños pequeños. No les gusto. No me gustan. Los cruces arriesgados y el autobús antes perdido que pasa frente a mis ojos con su sonrisa burlona. Lo que no puede cambiarse. Y, sin embargo, la imposibilidad de experimenta indiferencia al conocer. La necesidad de huir de lo establecido.


El instante que se acerca. El miedo a la quiebra propia, y a la ajena. El ineludible temor a la decepción. La falta de confianza. Los suspiros ahogados. El saludo a quien conozco, pero no sé el motivo ni la razón. La policía cortando el tráfico como pequeñas hormigas azules sobre el negro de la carretera. El vistazo a los árboles de hojas secas, rotas, quebradas. La utopía que por instantes brilla, translúcido cristal a la luz de un sol muerto. Lo ridículo de venerar a un Dios en el que no creo mientras regalo una postal acerca de ese mismo Dios. La ironía como arma.


El recuerdo. El dolor contenido. El olvido. La memoria. El rostro culpable y la sonrisa inocente. El cruce entre dos calles. El semáforo que con su tono verde y necesario pitido sugiere el paso rápido a los viandantes. Las heridas abiertas. Las cicatrices. La esperanza. Y la casi masoquista imagen de las futuras señales.


El deseo puro. La blancura pálida. La tristeza que, por un día, me sonríe. Las calles abarrotadas, plenas de gente que pasa sin conceder una mirada a quien tiene al lado. El destino reflejado en las pupilas de cada uno de esos seres humanos que se mueven a ciegas por los senderos agrestes y sorprenden con su ingenio al propio Dios, que debe estar arrancándose el cabello. La sonrisa suave en los labios. La luz vislumbrada al fondo. El anhelo. El miedo. La certeza. La blancura de nuevo. Y ahora, simplemente, la canción.


Nota final: Un post extraño, así podría denominar a este escrito. No es un songfic, no es una crónica, no es un diario al uso, tampoco se trata, sencillamente, de una tontería por completo carente de sentido. A modo de explicación, debería decir que es una mezcla de pensamientos y momentos vividos durante un paseo a primera hora de la tarde de ayer. Cuando camino sola, ya sea para encontrarme con otras personas o para hacer unas compras, suelo llevar música conmigo. Éste es el resultado de entremezclar las habituales situaciones de un momento como ése en plena víspera de Reyes, los complejos sentimientos acumulados a lo largo de meses, los pensamientos a los que les gusta demasiado pretender rozar las nubes y... ¿las canciones de Depeche Mode? Ya he comentado más arriba que suelo llevar música conmigo, de modo que cada canción se corresponde aproximadamente al momento del camino real y a los pensamientos o estado de ánimo. Sí, lo sé. Es de locos.

martes, 5 de enero de 2010

Ella oraba

Los agonizantes rayos del sol se derramaban, aún en todo su orgulloso capricho, sobre la superficie de mármol, arrancándole fugaces destellos de hermosa piedra que jamás se entrega a la vacuidad. El viento, todavía suave, todavía firmemente dominado por la brida de un dios que no existe, hacía ondear fugazmente la seda translúcida, de cuando en cuando señalada por los pétalos que se precipitaban desde las elevadas flores. Flotaban un instante, meciéndose suavemente en el aire, y después seguían su camino hacia el suelo.

Ellos sabían, como también lo sabía Layla, que cuando se elige un camino es imposible renunciar a él y que, si el destino toma una decisión, en pétrea realidad es grabada ésta. Y así como caían los pétalos, sin dolor ni tristeza, así ella se ungió esa tarde con mirra y aceite, así vistió su esbelto cuerpo con la más hermosa de las túnicas y así sostuvo las ofrendas frente al altar de mármol. Serena a imagen de la estatua de la diosa que honraba, humana en la rotundidad de su hermosura y el brillo ambarino de sus ojos.

Como cada día, alzó los brazos al cielo y oró. Oró a quien no oye y, sin embargo, escucha. Oró a quien no tiene pan y, sin embargo, come. Oró a quien no ve y, sin embargo, mira. Oró a quien no ansía y, sin embargo, ama. Oró a quien no tiene voz y, sin embargo, clama. Oró a quien no existe y, sin embargo, es.

Oró. Sus cabellos castaños se mecían suavemente, al igual que sus ropas blancas, adornadas con los pétalos que no dejaban de caer y que sobre ella se derramaban como signo de una silenciosa promesa. Los ojos cerrados, los brazos hacia el cielo tendidos y su cuerpo arqueado, tenso y al tiempo armoniosamente tranquilo. Un sueño. Un delirio. Una vida trazada con letras de sangre sobre el mármol.


Layla no escuchó los tambores, tampoco el entrechocar de espadas, o los vítores de una humanidad que oculta su miedo matando. No fue consciente del intenso crepitar de las llamas, que lamía como un cruel amante las cercanías del templo. Troya. Tebas. Roma. Y esa época que cae, que muere, que grita y sabe que su grito se desvanecerá en un río de fuego y desolación. Mas Layla nada de eso pudo oír. Ella tan sólo oraba con sus brazos alzados hacia el cielo.

Un instante. Un instante y las estatuas de mármol se quiebran en el suelo. Un instante y las sedas caen ultrajadas. Un instante y las flores se desvanecen en las llamas. Un instante y el silencio muere en los brazos del odio. Un instante y se tiñe de bermeja sangre el hogar de la diosa, que es la risa del niño, el alma de la mujer, la sonrisa del hombre, el pensamiento elevado sobre la tierra y el más certero amor a las personas.

[Extracto de mi novela en proceso]

sábado, 2 de enero de 2010

Soy creyente

Y Dios se hizo cámara y habitó entre nosotros...


¡Sólo tres días!

[Nikon Coolpix P90]