lunes, 28 de noviembre de 2011

Televisores y adoquines

Ya puestos
a que sepas algo
de mí,
podría decirte que hay
demasiadas
cosas que no tengo.
No tengo sentido del humor
y lo cierto
es que no me gustan las luces
ni los niños pequeños
ni las promesas
ni las manos cuando se cierran
sin apretarme.

Ocurre que
tengo la mente rota
y el aliento
perdido entre dos imágenes.
También tengo la sombra
de esta ciudad
clavada en las entrañas.
Espero que con eso baste.

Hace frío.
¿Sabes?
Me sorprende que no lo entiendas.
Debe ser cuestión
del aire o de los neones,
pero esta tarde
he llorado
por no poder devorar
su vientre profundo.
Hay tantas mujeres
con los pechos vueltos flor…

Sin embargo,
ahora
ocurre que te espero
en el borde de esta página
para ver si cosiendo tu nombre
o subordinando a esta coordenada cortante
cada una de tus palabras
se me pasa la fiebre.

Parece que no.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Miss you, Irish days

Recuerdo que te adelantabas dos o tres pasos. Canturreabas esto cada vez que tomábamos la curva suave en la carretera de Killiney. Entre el viejo colegio, las casas adornadas de abejas y violeta, y la montaña, y el castillo, y la promesa de la nieve. Tenías una voz curiosa, que parecía venir de alguna clase de árbol o del mar que se transparentaba entre las ramas, porque estaba hecho de cristal y nada podría romperlo. Yo creía, de verdad creía, que nada iba a romperte a ti, que ibas a quedarte por años -escupitajos a lo eterno- entre los paisajes verdes, los metálicos gruñidos de los trenes y el futuro trasnochado de una ciudad que aún no sabe de su pasado. De verdad lo creía. Y hoy sé que si yo vuelvo, que si yo retorno, que si yo me hago viento frío otra vez, tú no estarás allí.

Por eso evitaba abrazarte, porque sabía que no te irías y que tendría todo el tiempo del mundo para soñar nuestra infancia. Me equivocaba. Porque hoy sé que no volverás a masticar tréboles ni a abrirte el pecho con las conchas de la playa. Sé que ese camino será mi tumba; necesito hacerme ceniza para que me entierren bajo asfalto y cal. Y me gustaría esperarte en una de esas piedras; haber sabido antes quién eras y haberte llamado por tu nombre. Porque nunca he tenido hogar ni patria, y tú te ganaste a golpes y verdades mi aprecio. Te lo dije esa mañana entre la niebla -¿recuerdas?, esa mañana en que era tan pronto y tan tarde.

Pasarán años hasta que te vea. Pasarán, ¿qué sé yo? ¿Veinticinco meses? ¿Tal vez treinta? ¿Serán quizá cuatro o cinco los años? No voy a contarlos. No se me da bien echar de menos, pero puedes romper la regla. Odio que lo hagas y, aún así, no soportaría dejarte atrás. No ahora.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Variaciones sobre una de tus pestañas. Dionisos

Y ahora, sin embargo, me gustaría que alguien me explicara por qué es más digno golpearse el pecho en una iglesia que llegar a un parque, dejar los libros en el suelo y gritar:

Señor.
La jaula se ha vuelto pájaro.
¿Qué haré con el miedo?

Gritárselo a la tierra, digo. O al vientre de una mujer destripada. O a las palabras escritas en los muros. O a los niños sin ojos. O a la multitud de hormigas que me están arrancando la piel. Supongo que resulta mucho más apropiado susurrar y no abofetearte con mis ganas de devorar tu boca o con la necesidad extrema que siento de colgarte de esa viga. Ésa de ahí, sí. Son cosas que pasan. A veces.

No tengo casa, ni trabajo, ni papeles asegurados para mi mente. Soy una indigente en abstracto y cada pequeña célula de mi cuerpo se acuesta en el barro cuando oscurece. Realmente no importa. Realmente no importo, porque bastan los pronombres para ser. Los verbos resultan total y absolutamente innecesarios. Son una quimera venenosa. Son una falacia afilada cuya única función es la de rasgar venas y segar vidas. Ris, ñac, hic, ¡ay! Y... chop, chop, chop, así, gota a gota, verso a verso. Para eso sirven los verbos. Para aumentar el índice de suicidios y ayudarnos a competir con los señores del hielo, la escarcha y la nieve.

Así pues deberíamos considerar que no (me) importo. Y de eso se deriva mi total disponibilidad para importarte y, lo que resulta dulcemente irónico, para que tú empieces a importarme. Supongo que deberé renunciar de manera definitiva a hacer el amor con mi reflejo. Aplicado el silogismo que emana de nuestra realidad conjunta, me basta concluir que quiero una habitación con espejos para poder descubrir cómo tus manos me recorren entera. Y así seremos tres. Tú, yo y la otredad, o la mirada de desorden sagrado en el espejo.


Nota final: El fragmento es de Pizarnik, claro.
Man Ray fotografió así a Lee Miller.

Para bien o para mal, sigo sin tener sueño. Espero vivir demasiado entre vuestras páginas como para caerme muerta ahora, ¿no es así?

martes, 1 de noviembre de 2011

Jerarquías

No importa
si dibuja la luz
curvas dulces
o aristas de cielo
en tus caderas.

No importa
si me sumerges en
la húmeda naturaleza
de la luna
o me invades
de néctar y sangre.

No importa
si se ciñen mis manos
a tus pechos
o juegan con la soledad
violeta
del páramo.

No importa
si tu voz me ata entera
con temblores graves
o con el agudo grito
de los pájaros.

No importa si al otro lado
de tus ojos
eres hombre o mujer.

Importan tus ojos,
importa la vida e
importa el reflejo.
Importa el dolor, el ansia
y la ciega súplica.
Importan tus promesas,
importa la certidumbre
y el grito mudo.

¿Sabes lo que de verdad,
de verdad
no importa?

Lo que digan.
Eso sí que no importa.