viernes, 28 de mayo de 2010

Mi Moleskine

Reposa al lado de mi teclado, sobre la mesa, una suerte de emisario del pasado y del futuro que se mantiene dentro de su envoltorio de plástico. Estática. Mi Moleskine. Sus cubiertas negras, su goma suave, sus páginas que se adivinan olorosas. Y, aún así, todavía no la he abierto. En un libro que tengo en relativa estima, El principito, aparece la clave. Quienes me conozcan lo bastante bien posiblemente sepan por qué El principito y yo nunca hemos llegado a querernos del todo, pero ahora no hay palabras más oportunas que Los ritos son necesarios. Cuando era pequeña, entre tanta referencia evangélica y omnipresencia católica, ante la palabra rito inevitablemente aparecía la misa. Ahora tengo que confesar que me sugiere otra clase de pensamientos. En dos líneas, a decir verdad. Una relativa a un mundo antiguo y pagano, de mármol y rosas de Pieria, con la andrógina perfección de Heliógabalo luna danzando en honor al sol. Y la otra, a todo aquello que exige una preparación y unos pasos. Como quien comulga, quien mata, o quien hace el amor en el tálamo, vaya. Supongo que tiene algo de místico, incluso -o especialmente- para una atea. ¿Una Moleskine? Esta vez es cierto. Esta vez importa más el símbolo, y quien quiera mirar tras él, como diría Oscar Wilde, lo hace a su propio riesgo.


Nota final: Sí, es inevitable. Hacia abajo, hacia arriba, y una pirueta final antes de lanzarse al precipicio. Todo en mí ha emprendido una carrera desbocada y en medio de los jadeos agonizantes de quienes se quedan atrás y son pisados, reluce algo. Pero muere. Todo. Todos mueren. Porque en las guerras, esas de verde contra verde, de espejo y alma, nadie se proclama vencedor. Estoy empezando a olvidar cómo se llora y a reír sin causa y sin alegría, de modo que tristeza y felicidad son sólo un páramo frío, y tan sólo se distinguen las notas discordantes de la hiperactividad y la desesperación extrañamente calma. Y hoy llevo todo el día con Personal Jesus, de Marilyn Manson.

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