domingo, 18 de abril de 2010

Decidir

Los seres humanos lo hacemos. Una y otra vez, furiosa, desmedidamente, a veces sin pensarlo, otras con tal carga de dolor que más valdría dejarse caer en los brazos de la muerte. Decidimos. Todo en nuestra existencia se revela la elección de un camino, de una manera tan inconsciente que aterroriza. Es imposible conocer lo que el futuro nos deparará con un sólo pensamiento y, si he de seros sincera, las cartas del tarot dejaron de funcionar para mí hace mucho. Nunca lo hicieron.

Me siento una inexperta funámbula caminando sobre una cuerda tendida en el vacío, sacudida por la leve brisa, ésa que con tanta frecuencia se convierte en huracán. No sé cuál es el modo perfecto de dar otro paso o qué posición de mi cuerpo me hará permanecer sobre el hielo. Miro hacia abajo y veo lo oscuro, pero la umbría no es más que eso. Sombras. Las mismas que me siguen, que se agazapan a mi espalda y que me esperan al otro lado de la cuerda. Basta alzar la mano para tocarlas, para permitir que se enreden en los dedos, siendo sueño y realidad en su incontestable condición de existentes.

Son tantas las voces que susurran... Hablan, gritan, gimen, ríen, se burlan y se desgarran en súplicas. Todas quieren ser escuchadas, pero sé que tan sólo la mía, la que yace herida tras la eternidad de placentero dolor, me obligará a correr en la dirección correcta. Ella sabrá guiarme, resulta una necedad atreverse a cuestionarlo. Pero, en estos instantes, tan sólo son sombras las que me invitan engañosamente a cerrar los ojos y dejarme llevar al lecho de la inconsciencia. Truenos, luz, brillo, negrura insondable, agua, tierra, hierbas que se enredan en mis tobillos. Tú. Tus palabras. Y el aliento helado que lentamente cuartea mis labios.

Decidir. Sí o no. ¿Por qué gime el viento? ¿Por qué me sacude hasta casi quebrarme? ¿Por qué es tan intenso el frío? Gritaré. Soñaré con la oscuridad que es liviana y lisa, que me envuelve y me acaricia con la ternura de una amante. Tú, tú, tú. Tiendo mis brazos y te busco, pero estoy tan ciega que sólo existe la noche sin luz y sin virgen, sin blanco consuelo de luna. Espera. ¡No! Viajar hacia ninguna parte. Y la cuerda se estremece, se agita, un temblor de brazos en el aire.

Desvanecerse. No existir. ¿Y tu sonrisa? Meta alcanzable en la niebla. Y ahí están. Las palabras, el grito, la respiración. Han regresado. La cuerda se revela firme y el aire me sostiene; soy leve como el mismo suspiro del viento. Corro. Ellas hablan, tú hablas, yo hablo. ¿Somos de nuevo nosotras? Todos lo hacemos. Todos decidimos. Y yo, lo sé con el último paso sobre el hilo de araña, acabo de hacerlo. Me quedo. Tú, tú, tú. Eso es todo.


Nota final: Si alguien ha leído hasta el final, le pido que no tire piedras ni tomates. Ha sido un texto sentido, escrito en un momento complicado, lo que yo denomino un texto-terapia. ¿Lo necesitaba? Posiblemente. Aunque el tono del texto sea algo triste, mi estado de ánimo es tan esperanzador como el final. Tú, tú, tú. Eso es todo.

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