jueves, 26 de septiembre de 2013

Berlín

Me levantaba en sueños, extendida sobre los tejados y el trapecio granate que era nuestra casa. Mi vecina tenía un gato reumático y dolorido. Un gato que maullaba como los locos y se me restregaba entre las piernas. Un gato feliz. Era un gato, en definitiva, próximo a la muerte. Nuestras vidas se cruzaban en tangente, sin elipsis: yo me movía en progresión de dos hacia delante y él retrocedía hacia su cama de lana, su noche, sus patas rotas. Me preguntaban a menudo por la princesa de España, por Cantabria y por mi amor a los animales. Yo respondía con los ojos medio cerrados.

Tenía diecinueve años y no sabía nada del mundo. También tenía ganas de bailar por la noche hasta que me dolieran las rodillas, de tirarme al río, de pelear por algo. Mi única responsabilidad era no tener responsabilidades. Iba a clase todos los días, de nueve menos cuarto a dos, para aprender todo lo que pudiera aprender. Las palabras se encogían entre las sienes y me explotaban debajo de los ojos. Yo no sabía vivir con tanta luz y, sin embargo, vivía así, ciega desde las cuatro de la mañana hasta las diez y media de la noche. Dormía mucho y no dormía nunca.

La gente tenía la boca llena de cosas hermosas. Nunca aprendí a declinar bien. El chico del supermercado se llamaba Klaus y me decía Grazie mille tras la retahíla en alemán. Leía Rayuela en el metro, leía a Zizek, leía a Dostoievski y a Herta Müller. Lloraba con los peines y los guardias y el muro. Me bañaba tardes enteras en los lagos. Descubrí mi cuerpo y vi que mi cuerpo era hermoso y escribí muchos poemas a mi cuerpo. Me desnudaba en las rocas de los lagos y escuchaba música hasta que me agotaba y las palabras de F se volvían muy fuertes en mis oídos y le juraba que en España se bebía bien, muy bien.

No tenía miedo de la noche y volvía a las peores horas, segura bajo las farolas a medio encender. Nunca me atreví a escribir sobre las pintadas en los puentes en las estaciones, pero quise hacerlo. Quise dibujar gatos. Abandoné grullas con poemas llenos de dolor, de adolescencia, me abandoné en todas las estaciones de todas las líneas de metro. Entonces era muy tímida, en el silencio cómplice de ver fundirse las luces.

Lo deseaba todo. Tenía un hambre salvaje de todo y me saciaba. Hundía las manos en las fresas, las uvas, los melones, los arándanos, las cerezas. Quería saber todos los nombres de la alegría. Compraba carne y me daban ganas de morderla hasta llenarme la boca de sangre, hasta que me sangrasen a mí las encías y yo también fuese carne. Iba a mercados turcos para olerlo todo y marcharme con los ojos bajos, sin comprar nada, indecisa entre las especias. Escuchaba toda la música que podía, me colaba en todos los festivales, nunca me bastaban los tipos de pan. Aprendía palabras para hablar de lo que me gustaba, me enganchaba demasiado a las palabras. Las repetía. Las gritaba.

ganz

alles

immer

Me enamoraba todos los días, cuatro o cinco veces. Tenía una necesidad absoluta de apretar mi piel contra la piel del mundo e ir fundiéndolas e ir cerrando los ojos hasta el blanco. Quería besar a todas las mujeres y a todos los hombres. Quería regalarles todo mi dinero. Suplicarles que me cortasen el pelo hasta la raíz. Esconderme en sus casas durante horas. Dibujaba en los parques y me sorprendían los turistas tanto como me sorprendían los alemanes, pero yo les daba la bienvenida. Yo era un círculo saludando al mundo.

Mi cuerpo se iba consumiendo y yo mordía, comía chocolate y bebía leche muy densa, como de madre, como de principio. Me gustaba mi cuerpo en el espejo. Me pasaba horas frente al espejo, hasta que me quedaba dormida y bajaba a ver otros ojos y luego descubría músicos callejeros que me ofrecían Jägermeister y nunca les decía que sí. Me sentaba a las orillas del Spree con los ojos fijos en la luz y el tiempo simplemente pasaba. Quiero decir que me quedaba allí, las piernas colgando y las uñas rotas, viendo el sol hacerse agua y a la ciudad despertarse, y me parecía estar en el perfecto centro del mundo, de mi mundo, de mí misma. Y era feliz.

domingo, 15 de septiembre de 2013

I myself

no es difícil vivir conmigo

casi nunca
pregunto
por qué se apagan las luces

me gusta escuchar
que la gente es feliz
a través de las paredes

ocupo poco
cada vez menos

mis vegetales nunca se pudren en la nevera

me ducho a altas horas de la noche

me pinto los labios muy rojos
pero no dejo maquillaje
en el baño

mis libros
vienen conmigo

no necesito que me abracen
demasiado a menudo

tengo ropa de hombre
en el armario
por si te olvidas la tuya
o quieres una camiseta
con la bandera
de alemania

me gusta cocinar
por las tardes
recogerme el pelo en un moño apretadísimo
y mancharme de harina hasta los codos
olisquearlo todo
hasta memorizar cada especia
no comer nunca
sonreír a las curvas de queso
la autopista a 245ºC

[cuando estoy triste
escucho psycho killer todo el día
preparo sushi
veo cine ultraviolento neopunk
japonés
hasta que
me lloran los ojos
y ya no distingo muy bien
por qué]