lunes, 18 de abril de 2011

Pandora

Si pudiera yo hacer de mis penas un coral
y del coral vestidos para colibríes.
Y besar con sus picos abiertos los pechos distintos,
y sentir el pulso silencioso de la sangre,
y romper sus patas de bronce.

Si pudiera yo saber que tus labios
son tan sólo para los caballitos de mi nombre,
si pudiera yo vencer esta línea
roja de fuego que me alza,
si pudiera yo abrazar el infinito cósmico,
si pudiera yo besar la llaga en el costado
y lamer las huellas del Discípulo.

Si pudiera yo contar hormigas,
si pudiera yo saber cuántas mariposas
aletean entre los dos polos de tu frente:
migración suicida es la del aliento entre tu boca
y mis labios entenebrecidos;
ay, si pudiera yo contar las pisadas de pajaritos negros
en el baile de nuestras lenguas.
Si pudiera yo, ay, si yo pudiera,
reventarían mis mirares de sombra
en mil orquídeas envilecidas por el violeta.

Si pudieras tú decir cuánto me quieres
y hacer de tu querer un paquete
fechado, tasado, pesado,
clavado en todos los participios
del verbo hipócrita.
Ay, si tú pudieras…
El desierto yermo abriría sus fauces de ausencia.


Nota final: La imagen es Pandora, a cargo de Yvonne Park. El texto es un delirio de noche sin fiebre transformado durante noches con fiebre.

martes, 12 de abril de 2011

Cuaderno de notas

Alois dejó el maletín de cuero en el césped seco y se tumbó bajo uno de los sauces, que acariciaba con sus ramas extendidas la superficie del río. Encendió un cigarrillo y le dio un par de caladas. Qué aburrido. Le hubiese gustado fumarse las alitas de las mariposas quebradas o arrojar su grueso volumen de ética -que ni para Nicómaco era- al sacerdote vecino. Pero no podía. Vivir en sociedad comportaba una serie de riesgos que debían ser asumidos. El primero de ellos, perder el total concepto de uno mismo. El segundo, despreciar lo grotesco. Y el tercero, enamorarse de la ignorancia y la ceguera hasta llegar a las sagradas nupcias. Optó por sacar su cuaderno de notas. Y escribió.

Lo hermoso es, en definitiva, una percepción. Por tanto, dado que sería pueril -gloriosamente pueril- considerar que en la percepción de lo bello influye tan sólo lo referente a los sentidos, el clímax estético es natural e irrepetible por antonomasia. De ahí lo efímero de lo hermoso; necesariamente efímero, para evitar una decadencia de la percepción y el peor de los males, la decepción tornada aburrimiento.
La experiencia estética se conserva en la memoria tal como una hormiga encerrada por siglos en un pedazo de ámbar. La sedosa textura del recuero altera y deforma, pero jamás en tal medida como una segunda percepción. La segunda percepción destruye sueños y rompe quimeras, esas gloriosas quimeras que nos convierten en esclavos dichosos. La segunda percepción juega los juegos de la ciencia y de lo real. La segunda percepción es un vaho de opio adulterado.
El riesgo gira, pues, en torno a la valoración del inefable clímax y a su tentativa de repetición. Por fortuna, existe el paso del tiempo y la arbitrariedad de los hechos. Ellos saben bien cómo decidir en nuestro lugar.


Nota final: Alma Tadema, por supuesto. Y una reflexión ante las mariposas atravesadas por finas agujas.