jueves, 17 de junio de 2010


¿Lo ves? En esto me he convertido. Quizá lo haya sido siempre, y pocos lo sepan. Nadie. Ni yo misma. De modo que puedes callarte, darme la espalda y buscar la puerta. Está abierta, para que te marches. Hazlo ya. Ahora mismo. En silencio. No quiero que me mires. No quiero que sepas que mis alas son fuertes y que he cubierto mi cuerpo de plumaje negro. No quiero que pronuncies mi nombre. No quiero que te atrevas a buscar los espejos de esta habitación que he construido con mis manos, porque están manchados de mi sangre y de mi luna. Son míos.
Apártate. Vamos, hazlo ya. ¿No te das cuenta de que tan sólo eclipsas una parte de la luz del sol? ¿No entiendes que me basta un aleteo para reconocer la decadencia, y otro más para alzarme sobre la eternidad? Corre. Graba este frágil recuerdo en tu mente. Así. Exactamente. Imagíname pequeña, herida, blanca, perdida entre la tierra de tu aliento y la de la locura. ¿Ya lo has hecho? Maravilloso, porque jamás me verás de nuevo de esta manera. He dormido lejos del mundo. He disfrutado los cristales de oro, aunque prefiera aquellos señalados de plata. He conocido las amargas espinas de la rosa y he mordido sus pétalos de sal. Y me he vestido de sacerdote, para celebrar en el altar del sol un hermoso sepelio. Mil frágiles pedazos de blanco, amarillo y verde que yacen entre las hierbas cortadas. Después, nada. ¿Acaso no me has oído? ¡Márchate! ¡Fuera! Nadie desea ver tu rostro, nadie ansía tu voz, nadie busca ya la aguamarina. ¡Fuera, he dicho! Deja que extienda mis alas. Una mirada al techo de piedra hecho de milenios, y otra al suelo frío. Después, un estremecimiento, una inspiración y un lánguido abandono. Mar, arena, tierra, agua, violetas y viento. Aparta la mirada. No quiero que me veas. Has perdido hasta el último resquicio húmedo de agua y de hielo que pudiese existir en mí. No han surgido de mis labios las palabras para invitarte a este inicio; no tengo voz, no tengo palabras, no tengo labios. ¡Márchate! La eternidad azul del mar me pertenece.

Nota final: Tiene sentido, y no lo tiene. Es un juego literario necesario para mí, totalmente inspirado por esta fotografía que tomé hoy. Claro que las cosas están resultando... extrañas. Diferentes. Y eso me gusta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario