jueves, 10 de junio de 2010

Ella se une a la danza

Hay un naranjo en flor, que entrega pálidos pétalos, y se deshace de otros suavemente coloreados de violeta. En el centro, Eros y Thánatos bailan una danza de unión eterna, improvisando cada uno de los pasos e imaginando el vacío sobre la hierba seca. Filis hace el amor con Dafne; las dos son de aire etéreo y de mármol blanco, aunque no se nota, porque el silencio de siglos pesa todavía. Cantan alondras, ruiseñores, gavilanes y, a lo lejos, se percibe el graznido del buitre. Dafne dice que es el sonido de mil violines de agua débilmente florecidos.
Un joven llamado Arthur se retuerce en el suelo, con las manos en los costados y los ojos teñidos de ámbar translúcido. Grita, una y otra vez, de modo que el aullido se convierte en lenguaje, y el lenguaje en máxima expresión de la vida. Vivienne, que se alimenta de la muerte y tiñe su mirada de negro mistérico, le comprende. Ella se une a la danza. Todos lo hacen, tarde o temprano, en un frenesí simultáneamente apolíneo y dionisíaco. Una encuentra la frase buscada, otro rasga las venas de varios flamencos de cristal, otra siembra sueño en terrenos yermos y ésa, ésa que saluda desde la lejanía, se arroja virgen a las aguas para ser devorada por la eternidad.
Veo ríos del color de un atardecer y serpientes que destrozan entre sus dientes margaritas putrefactas. Filis y Dafne continúan su unión de carne y de instantes; ellas no quieren, ni pueden, ni saben hablar de amor. A Oscar le han dicho demasiadas veces que está loco, pero él declama versos con alma de viento, sin furia y sin cese de la pasión desconocida. Él sabe cuál es el poder de la palabra y con cuánto ímpetu sobrevive ésta en las gargantas anegadas de sangre e incierto silencio. Virginia ha muerto en tantas ocasiones, que ha aprendido a vivir cuando no desea hacerlo. El resto no ha descubierto la existencia. Y, por ello, son maestros en el arte de existir. Se bañan en una fuente digna de El Bosco y evitan respirar aire, presas del temor a conocer el mundo. Ahora cantan. Todos cantan, ¿no les oyes? Vamos, cállate de una vez. No pronuncies mi nombre de nuevo. Nunca más. Ellos, pulsión de muerte y de vida, de misantropía e inmensos deseos de inmolarse en honor de los seres humanos, de religiosa unión de lo sacrílego elevado a los altares, de docta y seductora ignorancia; ellos, dualidades fluctuantes y primigenio caos ordenado, son mucho más importantes que tú. Cállate. Ellos son mi mente.


Nota final: Esto es producto de unas patatas, una conversación sobre posturas varoniles, un trabajo de matemáticas, un proceso de autopsicoanálisis, una tarde agradable junto a personitas geniales y una indagación en metáfora y el símbolo más puro, que es el que alude a una misma. ¿Qué haríais si tuvieseis que describir lo que hay de vosotros? Yo tengo una palabra para mí. Y es que, en oposición a mis amores iguales, tengo una fuerte corriente de contradicción pura y pulsiones opuestas que me mantiene viva. La única manera de expresarlo son estos juegos de poetastro que se muere por convertir la tinta en sangre y consagrar su vida a los libros.

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