lunes, 14 de junio de 2010

Esto de las vacaciones...

Me cuesta pensar que falte apenas una semana para terminar el curso. Sólo una semana para escapar de los muros de cemento y respirar otro aire por las mañanas. No suelo tener ilusiones puestas en el verano, pues es una preciosa utopía -o una triste quimera- que el verano solucione algo en mi vida. Y, sin embargo, este año necesito hacerlo. Necesito aferrarme a la frágil realidad de cristales. Me importa muy poco cortarme. Prefiero la sangre a la muerte. Y me conozco. Las cosas pueden salir bien.

Como diría mi señorito, All we have is this long fall. Quizá debería dejarme llevar por la inspiradora y relajante música de Marlango a la hora de pensar. Final de curso significa muchas cosas. Un bonito juego de silencio y de soledad buscada... ¡necesito espejos para poder despreciarme a gusto! Nadie parece comprenderlo... Pero, sobre todo, hay algo dentro de mí que ansía volver a elevarse, jugar en ese mundo que me pertenece sólo a mí y que nadie, nunca, ha conseguido traspasar. Los libros. El arte de las palabras. De pequeña me llamaban 'chapona', y supongo que alguien podría a partir de estas palabras referirse a mí como una rata de biblioteca -asco de series americanas...-, pero lo cierto es que me resulta indiferente. Cualquiera que me conozca sabe cómo soy o, al menos, quién no quiero ser. Y sabe, igualmente, que estoy tan bien o tan mal de la cabeza como cualquier otra persona.

Esta vez voy a huir. Aunque os quiero. Y lo sabéis. A ti, a ti, a ti... a vosotros. Es difícil que yo lo diga. He vuelto a odiar la palabra 'querer'. Soy como esos poetas que, después de una temporada religiosa, se lanzan al hedonismo descarnado. O al revés. Soy, quizá, Borges, Heliogábalo y Renée Vivien, emociones puras, y todas unidas. No tengo término medio. Pero no me gusta esa palabra. Todo el mundo la utiliza de un modo tan fútil que pierde significado. ¿Cuántas personas conozco que la empleen adecuadamente? Muy pocas. Y así, exactamente así, acaban por pudrirse las margaritas. Nada más que decir, porque me gustaría cantar al pie de tu ventana, arrancarme el corazón para depositarlo en el mármol y componer una fábula minutos más tarde, pero he olvidado cómo se llora. Y así no vamos a ninguna parte.

Necesito calma, necesito un páramo desierto que, al mismo tiempo, sea fértil. Necesito, en efecto, ser capaz de arrancar este corazón de hielo y piedra, este corazón maltrecho por tantos años, y hundirlo en la arena. Así, exactamente así. Para que brote de nuevo la rosa cristalina... ¿y se rompa otra vez? Quién sabe. Tan sólo deseo sentarme al pie de la ribera de un río, y llorar. ¿Dónde está ése del que hablaba Coelho, el río Piedra? Ah, si tan sólo supiese tronzar esta enredadera de miedo y angustia...

Lo dicho. Pienso huir. En una semana y pocos días se acaba el curso. Entonces, quemaré papeles, veneraré libros y cerraré una etapa. Voy a creer que soy capaz de jugar en medio de una utopía. Vienen nuevos acontecimientos. El cumple de mi señorito, el Orgullo en Coruña, un posible Arde Lucus y varias tardes para pasar con quienes de verdad deseo. Que, haciendo balance... he conocido a tantas personas geniales este año, que no puedo menos que sentirme bien por ello. Porque están mis modelos fotográficos favoritos, y está la señorita que desde el primer día me generó la sensación de hallarme ante una persona extraordinaria, y están las gentecillas con las que hablo cada día, o cada dos. Y, aún así, en tres semanas estaré más hacia el Sur. Tan cerca, tan peligrosamente cerca, que querré dejarme llevar por mis emociones y coger el teléfono. No sé si lo haré. Pero iré, y tomaré las mejores fotos de toda mi vida mientras escucho música (HIM, Amaral y Vetusta). Ya está decidido... Sólo queda precisar el viaje a otro país, y los señoritos a los que quiero visitar, y Oscar Wilde sentado sobre las piedras para que sostengamos una nueva conversación acerca de lo peligrosos que los Bosies varios pueden llegar a ser. En el fondo, con este cuervo digno de Poe persiguiéndome, sé que surgirá algo que me impedirá ir. No importa. Huir a más de quinientos kilómetros siempre es mejor, especialmente para hablar otra lengua, pero la costa servirá. Al igual que agosto. La montaña. No hay nada mejor que el campo, la quietud del cielo y los paseos en bicicleta.

Sola en medio de un montón de gente... Tendré razones para sentirme así, y me gustará, porque yo lo he buscado. Quiero mi ebriedad de cultura, de imágenes y de letras, de palabras pronunciadas, titilantes. Quiero mis museos... ¡quiero reivindicar mi ser de deseo y de aprendizaje! Y es verdad. Voy a decirlo. Que a la mierda. Así, llanamente. A la mierda con mucha gente. Es un momento perfecto para hacer limpieza, empezando por mí misma. E igual que le he arrancado el lazo y que necesito arrancar páginas, una a una, pienso olvidarme de demasiadas cosas.

Estáis vosotros. Y querré veros. Querré abrazaros y compartir esos geniales momentos de verano. Porque, al igual que el pasado año, pienso verte mucho, señorita B., que en esa época te volviste muy importante y ahora, sin duda, lo sigues siendo. Que tienes la mitad de mi corazón en un colgante, ¿te acuerdas? Y a quienes conozco de hace más tiempo, a quienes de menos, a quienes quieran llegar... No estoy bien. Trastabillo entre el sí y el no, entre la verdad y la muerte, pero igualmente sigo aquí. Voy a huir, durante un tiempo. Incluso de mí misma. Y os echaré de menos. Volveré. Respiraré hondo. Luego, todo será mucho mejor. No hay duda. Tengo una oportunidad y voy a aprovecharla. Voy a beber mi vida de cal y de humo hasta que no quede una sola gota. Y después... Después sólo yo sabré.

Ah, y antes de que se me olvide... Lady Godiva y su leyenda... esta mujer me fascina. Y simplemente adoro este cuadro; es como los cuerpos femeninos de Bouguereau, tiene un algo que...


Nota final: Y ya está.

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