domingo, 6 de diciembre de 2009

Olvido y renacimiento

Fui yo quien vestí la oscura capa de la muerte y la venganza frente al mundo, mas ante ti revelé la fragilidad de mi cuerpo descarnado de asesina. De poco sirvieron mis palabras antes muros pronunciadas; no fueron más que certeras cuchilladas en mi propia carne, tajos abiertos y sangrantes, realidad de pan y vino, cordero en el altar sacrificado.

De mí te reíste. Oh, Némesis un día venerada, ¿adónde ha ido tu fuerza? Y quebraste el hielo en añicos con una sola sonrisa, dejando que cada uno de esos pedazos se hundiese en mi piel. Mi carne. Mi sangre derramándose en tanto la espina se convertía en planta, y la enredadera apretaba el pecho de la que ha creído seguro el refugio de la muerte.

No fui yo quien te maté. Con cada una de tus palabras, exhalabas el último aliento frente a mí; con cada gesto de tu rostro, los buitres se aproximaban volando en círculos sobre nosotras; con cada reproche y con cada acusación, la soledad de la muerte se hacía presente y ansiaba en su sáfico frenesí besar tus labios.

Suicidio. Fue tu propia mano, tu propia voluntad, quien te quebró dolorosamente ante mí. Traté de buscarte, y en mi dócil servicio de esclava no fui bastante. Intenté matarte, y en mi misión como sicaria, fracasé. Me esforcé por cerrar mis ojos a tu imagen y de este modo ejecutar lo que de ti quedase. Mas fuiste tú quien dio el certero golpe.

Tu último aliento fue también el mío. Me mataste al morir, quebraste mi existencia, me dejaste sola y desvalida, desnuda y con marcas de cadenas rotas, frente a la eternidad del tiempo y a la vastedad del espacio. Mi frágil espíritu, entrelazado con tu recuerdo adorado, se dejó caer leve como pedazo de nube al abismo más lóbrego que el demonio de veneciana máscara haya podido imaginar jamás para los seres humanos culpables. Vi a mi alma hacerse pedazos y sonreí.

Sonreí porque sé que, tras la muerte, llega el renacimiento. Se quiebra la rama y, apenas unos meses después, brotan verdes hojas. Agoniza el ciervo entre la floresta y su ser da vida a otros entes. Se precipitan a la nada los pedazos de la rosa de cristal ya quebrada y de ellos nace una nueva y más hermosa flor.

El más pequeño tallo revela que en realidad la muerte no existe
y que, de existir, lleva la vida, no esperando el fin para detenerla,
y que dejó de ser desde el momento en que surgió la vida.
Todo va hacia delante y hacia fuera. Nada se destruye
y la muerte es diferente de lo que se supone; y más feliz.

[Walt Whitman, Hojas de hierba]

Nadie llorará esta muerte. Nadie llevará flores frente a la tumba. Nadie entonará al cielo un réquiem que ni los mismos ángeles escuchan. Nadie contemplará una inscripción de despedida y recordará. Quien pretende ser recordado tras su muerte no es más que un iluso que se cree más que una fina mota insignificante a través de los siglos. Así, mi alma quebrada no ansía recuerdo, sino olvido. Olvido y renacimiento. Ahora soy yo quien debe dar los primeros pasos de esta nueva existencia, bañada en la hermosa luz de la vida. Y eso hago con cada palabra escrita, ya no con lágrimas ni con sangre, sino con la más dulce celebración de la existencia.


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