jueves, 29 de diciembre de 2011

Vivisección

Abrir la piel a escalpelo, que quiebra más que el puñal y el hacha de dos filos. Dibujar dos líneas equidistantes, sin desviación de un solo milímetro, en el vientre. Tener mucho cuidado de evitar el ombligo porque nos liga a la tierra. Hundir la hoja lenta, casi dulcemente, hasta tocar duro. Si no se toca duro es que no se vive, es que se es sólo de carne y no se sabe sentir. En este caso, retirar el escalpelo y aplicar la sierra sobre la garganta. Hacerlo muy rápido. Si no se sabe sentir, no se sabe llorar. Y el dolor pierde todo sentido.

Cumplidas a rajatabla cada una de las instrucciones, quitarse los guantes, soltarse el cabello y respirar. Hacerlo hasta trece veces antes de avanzar hacia la pared. Humedecerse los dedos con lágrimas sin nombre y pintar encima de la cal. Es total y absolutamente imprescindible que se trate de cal. Dibujar, entonces, un sol, una letra, una casa y las olas de un mar furioso. Y sumergirse. Sumergirse hasta olvidarse de cómo se llama una, cuál es la actriz de los años veinte que puebla sueños eroticos y de qué color era el caballo que desató la pasión por la monta.

Tomar después la sangre. Se recomienda el uso de pinceles de pelo de marta o, en su defecto, hebra sintética. No se garantiza la eficacia en el segundo caso. Pintar, pues, tres líneas en cada una de las mejillas. Distancia de cuatro con seis suspiros entre ellas. Alejarse de espejos. Ajustarse las botas sin respuesta al dolor de las incisiones ni a la dulzura de la sangre. Que al final somos seres de barro, metal y aire.

Respirar. Llenarse los pulmones una, dos, tres veces. Romper el escudo, desenfundar la espada, verter el veneno, abandonar la armadura y respirar. Queda prohibido el hilo y queda prohibida la aguja. No se permite coser, cerrar, coartar, temer o dar dos pasos en falso hacia atrás. No se permite subir la guardia. No se permite dejar que el miedo devore a golpes la superficie de la garganta. No se permite dejar de existir.

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