martes, 3 de agosto de 2010

Sed de granadas sangrantes

A un hombre que quiso ser luna

Roca, cristal y flor,
capullo de amaneceres perdidos
que florece en los ojos viejos de las gacelas.
Tú regresas, con el velo rasgado,
la inocencia de niña ardiendo en tus senos de agua.
Y conoces el latido último
en el que suplicamos la ausencia blanca de la muerte.
Mientes. Eres como de espigas y tierra,
como de espíritus transfigurados en lenguas extrañas,
como de melancólico sol que ansía tornarse luna.
Caminas, quebrado en tu mirar de noche,
pues tú has dibujado con navaja y sol en tu piel
el hambre y la sed de granadas sangrantes,
y has descubierto la fuente de la que mana el deseo;
tú conoces la cárcel edificada con esquirlas de hielo
que deja caer su sombra sobre las ciudades mojadas,
donde agonizan los cuervos y los suspiros,
donde son arrojados los sueños culpables de los niños de barro,
donde el dolor es soledad, ausencia y viento,
donde mueren las costillas que Adán ya no ama.
Aprietas el paso para evitar los corredores de muerte
en los que áureos verdugos se ocultan, temerosos,
y ven en tus ojos el frío fracaso de la existencia.
Te aguardo. Respiras una vez más. Y es la última.
Y me regalas tu abrazo de ansia y de olvido,
me muestras tu perdición de lustros negados
antes de buscar una respuesta en el mar que negó tu nombre.
Y desgranas tu eternidad de metales y casquillos
para contemplar la imagen del Cordero y la Púrpura
que ellos veneran, maldicen y devoran
en su deseo infinito de rasgar sus ropas frente a las estatuas.
¡Idólatras! Ellos buscan tus dedos húmedos de cadáver,
de cuerpo envuelto en la sensualidad de las olas,
para abrir sus pechos farisaicos y arrancarse el corazón.
¿Puedes verles? Mira cómo lo arrojan
en la tierra yerma que ignora su sangre de reyes
y niega su virtud de oro y diamantes.
No, ellos no pueden recordar tus ojos de amatista
ni imaginar tus temblores de agua frente al espejo de cobre,
ellos no saben del llanto de la luna ni de tu silencio
ni conocerán nunca la perversa naturaleza de tu divinidad.


Nota final: Éste es un texto quizá extraño, quizá carente de calidad, quizá falto de sentido. Y, sin embargo, lo he escrito con cariño. No es poesía social -la detesto-, ni mucho menos poesía reivindicativa. Sin embargo, la compuse después de encontrar entre las páginas de un libro un recorte de prensa de hace tiempo, acerca del asesinato de una transexual. Uno de esos crímenes de odio, como los llaman en los EEUU, que de cuando en cuando saltan a los medios. No es mi estilo el de los discursos reivindicativos, ni siquiera el de escribir algo que posea una función, pero releer la noticia me sacudió de una manera profunda, dejándome por unos instantes pensativa, con una mezcla de furia, impotencia y tristeza. Y surgió, pues, este poemilla, en mi etapa de símbolos y metáforas bastante clásicas. Una época un tanto lorquiana, para qué negarlo. De ahí, en parte, el título. Granadas -ay, Granada- y sangre.

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