domingo, 1 de agosto de 2010

El aviador del cielo quebrado

Sanxenxo, 28 de julio

Él se yergue, firme en su argenta perfección
de mármoles y melancolía brillante.
Su mirada oculta la nostalgia oscura
perdida entre el amargor del vino claro
y la sangre quieta del ahora.
Diríase que quiere ser de agua,
y no de metal y cielo.

Quienes le miran ignoran el olor del alma
y nunca -él lo sabe-
han soñado los sueños alados
entregados al pájaro azul y ambarino.
Él aparta sus negros escarabajos muertos
del amplio paño en que grabó su nombre
y no ve -no desea ver-
el camino trazado sin rumbo
con la tinta frágil del caballero poderoso.
Diríase que quiere ser de agua,
y no de metal y cielo.

Ansía la levedad del junco
para abandonar la prisión blanca de la piedra,
para arañar los pechos de los hombres
y decir sus anhelos de río quieto.
¡Ah, si sus labios fuesen de sangre y cobre,
él gritaría con enojo hipócrita
y lloraría las rosas anaranjadas del olvido
frente a su triste cadáver de hierro!
Diríase que quiere ser de agua,
y no de metal y cielo.

Acoge con expresión decidida
a las viejas hermanas de sueños
que, traidoras, le legan tan sólo
el blanco de la mariposa, la nube y la memoria.
Él se esconde del mar y de la explanada última,
y desdeña con sabiduría de siglos el oro brillante.
Diríase que quiere ser de agua,
y no de metal y cielo.

Viejo aviador de figura quebrada,
ya no existe para ti lugar en este mundo que corre
ni ansia que se refleje en tus dedos de plata.
Eres sombra y ausencia débil,
visión oscura como tu mirada eterna
que busca una imagen en las frentes limpias
y las rosadas caricias de amaneceres perdidos.
Diríase que quiere ser de agua,
y no de metal y cielo.



Nota final: Retorno a las tonterías con pretensión de poéticas que escribo de vez en cuando, por una razón tan sencilla como es el hecho de que, ahora mismo, la lírica se revela el mejor vehículo de expresión para lo que no sé decir de otra manera. En cuanto a estos versos, desearía aludir al ente inspirador de los mismos -un aviador convertido en estatua que miraba silencioso al cielo sin nubes- y a la melancolía sorda que esta imagen me sugirió. Y es que, al verlo, sólo pude pensar que quizá el jamás hubiese deseado tornarse estatua metálica, perdida entre terrazas, edificios de apartamentos veraniegos, vistas a la playa que muchos juzgan maravillosas y gentes a las que poco importa su historia. Qué tontería, ¿verdad? Pero sentí encogerse algo dentro de mí y deseé arrancar la estatua de su pedestal para llevarla de la mano a ese mar que él contempló desde su avión y al que cualquiera desearía regresar.

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