sábado, 7 de agosto de 2010

Ausencias

Que tiemblo, como hojas de mayo en tus ojos vacíos,
como un grito de instantes en tu boca impura,
como el susurro pecaminoso del aire
en las túnicas de los hombres del monasterio
que soñé visitar contigo a la hora de la soledad,
ésa que vive de otoños lejanos y hostiles.
Porque -tú, yo- deseaba amarte
entre las piedras antiguas, arcaicas, viejas,
entre los vestigios de lo que fue y nunca será,
entre la hiedra y el musgo, y los cálices rotos.
Mas hoy no quiero vino.
Quiero tu suave delicadeza de náyade
y el poder de tus pupilas de sirena.
Silencia tus labios, libérame del eterno suspiro
convertido en tormento teocentrista y oculto,
donde tú eres dios y demonio,
donde yo soy sólo una brizna quebrada,
arrojada al mar en el instante último de la espuma.
Y es un suicidio.
Una placentera muerte de Séneca,
¡porque él sangró!
Pero yo soy extensión yerma,
como cuero perdido en tu montaña de dios y hombre.
Herida de muerte, mas no de sangre,
y necesito granadas, tanto como lirios,
y necesito el hálito caliente de tus labios
para silenciar mi llanto de rojo y de vida.
Un vacío de siglos y de eternidades conjuntas.
Pero yo soy extensión yerma,
porque no late tu esencia de ninfa en mi carne
porque no existe respuesta en los silentes ecos
de este templo sagrado en que riegan mis labios
con vino fresco de la cosecha de tus años perdidos,
Porque la sangre no es ya real.
Rasga, rompe, quema, mata.
Mata.
Haz que olvide el frío de las piedras ennegrecidas
por el fuego de lo que existió y no existirá.
Herida de muerte, mas no de sangre.
¡Deja que beba! ¡Deja que arañe tus paredes de mercurio!
Arráncame de este sepulcro de cal donde, muerta, vivo
y respiro el perfume suave de tu ausencia.


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