jueves, 30 de agosto de 2012

doce mil pies de altura


contar las marcas
que la espalda
deja en el látigo

Bradbury

mi ciudad industrial
se encoge sobre sus vértices
hasta conformar una esfera
frágil
la sencillez del círculo
sobre las agujas

me siento a ver blade runner frente
a tu casa
los ojos de fellini
no están ciegos

(las vías vibran en las venas
repetimos
tensión
acción
reacción
las vías vibran en las venas)


mientras los aviones
toman tierra 
en rusia,
ucrania me lame las botas
y yo te digo que no es demasiado
tarde ni demasiado
pronto para nada
el absoluto significa
este
instante-molécula
schönefeld o alvedro
fundiendo los capilares

yo quería escribir un poema
con palabras grandes
pero soy demasiado pequeña
para los andamios la mariposa
el grito oculto en tu brazo
derecho

correr rasgando la hierba
(describo la inversa
en taquicardia)

llevo tacones
porque me hacen sentir
vulnerable
y eso me gusta
cuando tú estás
al otro lado de las puertas

(el avión no llega con retraso
y la niebla es un verso de bradbury
o un pedazo de papel)

yo quería escribir un poema
con palabras grandes

no hace frío
en mi ciudad industrial y las escaleras
de daniel
me sonríen a ciegas y tengo tres
corbatas atadas al tobillo y adoro
las libélulas
cuando son azules

me quedo callada y tú sabes
lo difícil que es verme así, los ojos
cerrados y las arterias
martilleando en elipsis, rompiéndome
las sienes porque indonesia
fusiona las paredes del aeropuerto
y los últimos trece minutos pesan más
que la ausencia de la
ausencia

me retuerzo en un crisol
impreciso

soy tinta resbalando por tus labios

puntada a punta
arranco los hilvanes que me cierran
el pecho
raspo el esternón hasta
encontrar la curva
cóncava 
y extiendo
las vértebras
(lo imposible)

quiero
sentir tus dedos hurgando
entre las vísceras
descubriendo
los resortes de este poema
antes de que sea poema
cuando los labios
me saben a sueño y a pizarnik

yo no estoy sola
en el aeropuerto como no estaba sola
a doce mil pies de altura sobre
el rin lyon los pirineos
y este dolor al sentir españa:
deglutir schönefeld a una temperatura
de treinta y cuatro grados
centígrados

aullidos por las escaleras, destrozar
los tejados que recorrí
tantas veces con las orejas
alerta y la cola bien alta:
es preciso
desconfiar de las personas que dejan
platos de leche ante sus puertas
y no saben acariciar
 las clavículas

(la nota más aguda
de un violín
borda tu nombre
en la pleura

esta calma de apretarte la mano
y descubrir el epicentro
que sacude la única
patria 
posible
para mi nombre

todas las palabras
invaden los ojos

la alegría
de desdibujar
el cielo)

soy curiosa
como todos los gatos
y te miro con la cabeza
ladeada
cuando duermes
porque todavía me parece un milagro
escuchar sibelius
como aire que no pesa
sobre tus pestañas


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