miércoles, 16 de noviembre de 2011

Variaciones sobre una de tus pestañas. Dionisos

Y ahora, sin embargo, me gustaría que alguien me explicara por qué es más digno golpearse el pecho en una iglesia que llegar a un parque, dejar los libros en el suelo y gritar:

Señor.
La jaula se ha vuelto pájaro.
¿Qué haré con el miedo?

Gritárselo a la tierra, digo. O al vientre de una mujer destripada. O a las palabras escritas en los muros. O a los niños sin ojos. O a la multitud de hormigas que me están arrancando la piel. Supongo que resulta mucho más apropiado susurrar y no abofetearte con mis ganas de devorar tu boca o con la necesidad extrema que siento de colgarte de esa viga. Ésa de ahí, sí. Son cosas que pasan. A veces.

No tengo casa, ni trabajo, ni papeles asegurados para mi mente. Soy una indigente en abstracto y cada pequeña célula de mi cuerpo se acuesta en el barro cuando oscurece. Realmente no importa. Realmente no importo, porque bastan los pronombres para ser. Los verbos resultan total y absolutamente innecesarios. Son una quimera venenosa. Son una falacia afilada cuya única función es la de rasgar venas y segar vidas. Ris, ñac, hic, ¡ay! Y... chop, chop, chop, así, gota a gota, verso a verso. Para eso sirven los verbos. Para aumentar el índice de suicidios y ayudarnos a competir con los señores del hielo, la escarcha y la nieve.

Así pues deberíamos considerar que no (me) importo. Y de eso se deriva mi total disponibilidad para importarte y, lo que resulta dulcemente irónico, para que tú empieces a importarme. Supongo que deberé renunciar de manera definitiva a hacer el amor con mi reflejo. Aplicado el silogismo que emana de nuestra realidad conjunta, me basta concluir que quiero una habitación con espejos para poder descubrir cómo tus manos me recorren entera. Y así seremos tres. Tú, yo y la otredad, o la mirada de desorden sagrado en el espejo.


Nota final: El fragmento es de Pizarnik, claro.
Man Ray fotografió así a Lee Miller.

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