Por eso evitaba abrazarte, porque sabía que no te irías y que tendría todo el tiempo del mundo para soñar nuestra infancia. Me equivocaba. Porque hoy sé que no volverás a masticar tréboles ni a abrirte el pecho con las conchas de la playa. Sé que ese camino será mi tumba; necesito hacerme ceniza para que me entierren bajo asfalto y cal. Y me gustaría esperarte en una de esas piedras; haber sabido antes quién eras y haberte llamado por tu nombre. Porque nunca he tenido hogar ni patria, y tú te ganaste a golpes y verdades mi aprecio. Te lo dije esa mañana entre la niebla -¿recuerdas?, esa mañana en que era tan pronto y tan tarde.
Pasarán años hasta que te vea. Pasarán, ¿qué sé yo? ¿Veinticinco meses? ¿Tal vez treinta? ¿Serán quizá cuatro o cinco los años? No voy a contarlos. No se me da bien echar de menos, pero puedes romper la regla. Odio que lo hagas y, aún así, no soportaría dejarte atrás. No ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario