viernes, 13 de mayo de 2011

Sólo quizá...

Quizá crecer sea esto. Beberse el cáliz amargo de la vida hasta los posos, dejar atrás, resistir con una sonrisa de agua en los labios. Caer, perder y morir en cada envite, quebrarse poco a poco. Quizá sea negarse lentamente. Quizá crecer sea aferrarse a una máscara o un molde, hacerse niña desvalida con certezas de mujer. Y son siempre -siempre- cegueras de quien no sabe ver sin ojos.

Hasta en eso pertenezco al reino de los condenados. Me quedo con vosotros, sí. La vida de sangre antes que una muerte prematura entre venenos. El dolor -el dolor y dos odas- antes que sus calmantes para enfriar espíritus y enturbiar lagos quietos. El ansia sin paz y sin tregua antes que la miserable consecución del deseo. El miedo antes que la certidumbre. La melancolía sorda y abierta antes que el sentimentalismo afectado. Las palabras antes que la mentira. Y la hipocresía como un lujo callado que se diluye en venas de mercurio.

Quizá crecer sea olvidar. Olvidar, negar, asesinar el recuerdo en páramos blancos. No hay sangre cuando se mata un recuerdo, sólo un hilo fino de agua. Muere entre las grietas de un desierto sin confines. Muere. Los recuerdos no son hermosos al morir; no son cisnes, ni ratas, ni mártires.

Y es que es demasiado fácil perderse en la propia sombra. Demasiado fácil esconderse entre banderas, llorar anhelos prohibidos al pie de los cañaverales, hundirse la espada en el vientre. Pero, ¡ay! Qué difícil es desgarrarse la piel con los propios dedos y arrancarla muy despacio, tira a tira. Qué difícil es el dolor cuando no es de agua, cuando no pulsa, cuando no llama. Qué difícil es abrirse el pecho de lado a lado y arrancarse el corazón. Qué difícil es ponerlo en un altar para que se seque, se mustie, se torne carne blanquecina y putrefacta. Qué difícil.

Qué difícil es ser. Así, sin piel que cubra las carnes heridas, sin máscara, sin ropas, sin armas. Así, existiendo simplemente, los labios abiertos y la súplica en lenguas enredadas. Qué difícil es afirmar. Afirmarse. Qué difícil es reconstruir. Reconstruirse. Qué difícil es empezar con los ojos vendados, sin manos ni guía, sin camino trazado en violeta.

Y buscar siempre el pulso humano escondido al otro lado de la emoción. Y no volver atrás, ni un solo paso.

Qué difícil.


Nota final: Imagen de un photoshoot de Dangerous Muse. Grito mudo. Lo curioso es que me siento feliz de gritar. Feliz. Y es extraño.

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