miércoles, 22 de septiembre de 2010

Me gusta que me odies. Adoro imaginar la expresión de tus labios finos cada vez que arrastras las sílabas por las viejas cornisas de la ira, o elevas tu voz de sirena a los altares del reproche. Deberías darte cuenta de lo bellos que se ven tus ojos claros cuando brillan de furia; ¡qué humana y qué divina eres! ¡Qué canto estético a la imperfección y a la perfección conforma tu existencia!
Sé que no lo sabes. Sé que no sabes que, a cada improperio tuyo, a cada ansia de golpear de tus frágiles manos, responden mis voces acalladas. Arrojas piedras contra muros de mármoles, confundiendo el blanco de la piedra con la transparencia del cristal. Y no te falta razón, con la triste salvedad de que, en lugar de la leve luz de las alas de las mariposas, existe tan sólo la oscuridad mistérica del ébano.
Sí, me gusta que me odies, tanto como disfruté el hecho de que me quisieses. Las pasiones contrarias se entrelazan y jamás toman caminos completamente opuestos. Por eso, la expresión más intensa de Eros tiene que ver con Thánatos, y la Noche jamás es tan hermosa como cuando se enzarza en apretada lucha con el día. Las pasiones son excelsas en tanto resultan humanas. Propias de tu carne y tu alma, de la Vida y el Fin que corren por tus venas. Son fuego y frío en tu pecho. Son miedo a lo que no conoces y, sin embargo, intuyes. Forman parte de ti y, por más que clames contra mi naturaleza de agua, no podrás librarte de ellas.
Me gusta que me odies, pues de este modo sé que el sentimiento pervive en ti; me odias porque sabes que jamás he podido ni podré amarte. Porque eres completamente consciente de que no tienes la más mínima posibilidad de alcanzarme. No lo lamento.



Nota final: I know exactly why I walk and talk like a machine... Hoy no pienso, ni necesito, ofrecer ninguna explicación. Creo que es lo más claro, complejo y falto de significado -a la vez pleno de él- que he escrito hasta ahora.

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