domingo, 29 de noviembre de 2009

Bajo la lluvia

Veo llover desde la ventana y por un instante me imagino en la calle, bajo las gruesas gotas que caen de un cielo que llora y arañan la tierra con la dadivosa crueldad de aquel que mata y muere conociendo su sino. Sueño mi cuerpo empapándose del llanto de las nubes, clamando a un edén que no existe hoy y purificando las indignas manchas del pasado en el frío golpear del agua.

El agua que da vida y la roba, señora arbitraria, pero imprescindible para nosotros, pobres humanos. La observo envolviéndome, llevándose aquello que desde dentro me hiela con su propio frío. Tan sólo yo existiendo, sin necesidad de ser nada, bajo la rotunda fuerza de una naturaleza que avasalla y toma, pero no destruye ni daña.

Y, al mirar el cielo oscuro por la tormenta, veo la luz; al contemplar las gotas de lluvia que acosan a los viandantes, veo la vida; al estremecerme ante el repentino latigazo de un trueno, escucho el clamor de quienes como yo no temen al frío, a la galerna o al agua que un dios en el que nadie confía derrama sobre los mortales y que de los pobres mortales nace.


Con cada gota que resbala sobre mi cuerpo, una pena me abandona, un dolor ya vivido se desvanece, una lágrima se hiela en los riscos de la indiferencia, una añoranza retorna a su origen y aplica divina eutanasia al recuerdo que al mundo la trajo. Con cada gemido de mi alma liberada, doy otro paso de funámbulo en la cuerda que he tendido sobre el acantilado, entrego mi ser a lo que de mí queda en el cosmos y dejo que las inquinas manchas dejadas por tu querer sean sólo cicatrices que la lluvia limpia y borra.

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