sábado, 28 de noviembre de 2009

Autobuses

Me gustan las paradas de autobús. Me gusta sentarme bajo la marquesina y ver a gente partir y llegar, adivinar en sus rostros sentimientos y pensamientos. Me gusta contemplar al joven que cede el paso a un anciano y a la chica de cabello largo y lacio que escucha música en sus auriculares mientras aguarda la llegada del transporte público. Me gusta mirar a quien viste diferente y a quien se expresa diferente, a quien tiene otro color de piel o a quien lleva una camiseta sorprendente. Me gusta ver la vida en los ojos apagados por el invierno, el brillo en las pupilas que reflejan la lluvia.

Me gusta aguardar a que llegue el autobús, con la mirada perdida en una carretera que cientos de ruedas pisaron llevando consigo la lacra de un progreso insano. Me gusta escrutar con los ojos el fondo de la calle para adivinar si se acerca o no el ansiado vehículo. Me gusta pensar en el destino de quienes se suben a uno de los autobuses que pasan frente a mí, si esa noche reirán o llorarán, si conocerán a su pareja o romperán con aquella que llevaba años con ellos, si darán un abrazo de aliento a un amigo u otorgarán la puñalada de gracia a un alma moribunda. Me gusta saber que en esta vida elegimos, de forma consciente o inconsciente, tomar un autobús u otro, caminar por un sendero o por otro.

Me gusta contemplar la llegada del autobús esperado y subir con paso rápido. Me gusta permanecer de pie junto a una de las ventanas, viendo sin que me vean a aquellos que caminan por las calles. Me gusta sentir a mi alrededor a personas sufriendo de lo individual de nuestra existencia, tantos seres humanos que viajamos juntos hacia un mismo e irremediable destino, y que a menudo sólo alzamos la mano para dañar o permanecemos indiferentes ante el otro.

Me gusta oír las conversaciones de quienes me rodean sin escucharlas, disfrutar del buen ánimo que, por más que mil políticos quieran dejar a la altura de los suelos con ayuda de la muy real crisis, todavía demostramos los españoles. Me gusta ver mi reflejo en el cristal y preguntarme quién soy. Me gusta ver de nuevo ese mismo reflejo y preguntarme quién he sido y quién seré. Me gusta ver los anticuados anuncios y los frescos spots de publicidad de las pantallas que nos informan de los vacuos valores de la bolsa y preguntarme quién me recordará. Quién nos recordará a todos nosotros cuando no seamos más que polvo en el viento.

Me gusta llegar a mi destino y descender con calma del autobús. Me gusta ayudar a quienes tienen dificultades para solventar la diferencia de alturas con mi brazo. Me gusta sentir la vida, la esencia de la especie humana, tan cerca de mí. Me gusta ver alejarse el autobús. Me gusta caminar por la calle con la sensación de estar acompañada aunque sólo el viento frío de noviembre honre mi sonrisa desvaída.

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