hay algo dulce
en la lluvia devorando las ventanas
cuando el invierno
no sabe llegar
y las horas se alargan
hasta volverse una sombra amarilla
sobre mis hombros
soy una extensión mínima
en todos los alféizares
pienso
la lluvia como gotas finas
de ácido
devorándome a mí
traspasando la piel
hasta reflejarse en los huesos
palidísimos
podría quedarme quieta
absolutamente inmóvil
en la violencia de las vísceras
expuestas
al agua
una vez leí que en germania
los hombres fuertes
ataban
a otros hombres
fuertes
con los brazos extendidos
las piernas extendidas
y les abrían el pecho
los germanos
utilizaban un hacha pequeña
para seccionar las costillas
y deconstruir
la caja torácica
a la imagen de un águila
moribunda
extendían las costillas
delimitaban el brillo
de los pulmones
eran crisoles maravillosos
en el frío de la nieve
esto nunca ocurrió
pero ocurre
a cada segundo
entre las cuatro paredes
de mi mente
ocurre a cada segundo
debajo de mi doble línea de poros
y sigo sentada en todos los alféizares
de esta ciudad
viendo cómo me voy haciendo más
y más
y más
pequeña
el dolor se va haciendo más
y más
y más
y más
y más
y más
y más
grande
ocurre en el espacio de mi vientre
este silencio insoportable que desplaza
las vísceras
presiona el útero
hasta que la boca se abre
y yo no grito
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