martes, 12 de abril de 2011

Cuaderno de notas

Alois dejó el maletín de cuero en el césped seco y se tumbó bajo uno de los sauces, que acariciaba con sus ramas extendidas la superficie del río. Encendió un cigarrillo y le dio un par de caladas. Qué aburrido. Le hubiese gustado fumarse las alitas de las mariposas quebradas o arrojar su grueso volumen de ética -que ni para Nicómaco era- al sacerdote vecino. Pero no podía. Vivir en sociedad comportaba una serie de riesgos que debían ser asumidos. El primero de ellos, perder el total concepto de uno mismo. El segundo, despreciar lo grotesco. Y el tercero, enamorarse de la ignorancia y la ceguera hasta llegar a las sagradas nupcias. Optó por sacar su cuaderno de notas. Y escribió.

Lo hermoso es, en definitiva, una percepción. Por tanto, dado que sería pueril -gloriosamente pueril- considerar que en la percepción de lo bello influye tan sólo lo referente a los sentidos, el clímax estético es natural e irrepetible por antonomasia. De ahí lo efímero de lo hermoso; necesariamente efímero, para evitar una decadencia de la percepción y el peor de los males, la decepción tornada aburrimiento.
La experiencia estética se conserva en la memoria tal como una hormiga encerrada por siglos en un pedazo de ámbar. La sedosa textura del recuero altera y deforma, pero jamás en tal medida como una segunda percepción. La segunda percepción destruye sueños y rompe quimeras, esas gloriosas quimeras que nos convierten en esclavos dichosos. La segunda percepción juega los juegos de la ciencia y de lo real. La segunda percepción es un vaho de opio adulterado.
El riesgo gira, pues, en torno a la valoración del inefable clímax y a su tentativa de repetición. Por fortuna, existe el paso del tiempo y la arbitrariedad de los hechos. Ellos saben bien cómo decidir en nuestro lugar.


Nota final: Alma Tadema, por supuesto. Y una reflexión ante las mariposas atravesadas por finas agujas.

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