martes, 4 de enero de 2011

Encadéname

No quiero sentir miedo. No quiero temer la sombra oscura del tiempo, esa devoradora de rosas fragantes, esa blanca ilusión de carne y mármol. No quiero temer la frialdad de las salas vacías y el helado tacto de los clavos en mi pecho, hundiéndose lentamente entre sangres impuras y yermas. No quiero temer la soledad impuesta por las calles desiertas y las luces de neón, ángeles desgarrados de cielos antiguos. No quiero temer el latido primero y último de Arthur. No quiero temer el sabor del vino acerbo que es el recuerdo, ni la pálida derrota del olvido.
No quiero temerme.
No quiero temerte.
No, no quiero sentir miedo. Nunca más.


Tenemos todo el tiempo del mundo. Tenemos la eternidad entera, cuajada de cristales, a nuestros pies. Lo tenemos todo.
El reloj está parado; pasan ya de las ocho. Llegamos tarde al banquete de los bienaventurados. Ni el Conejo, ni Alicia, ni la Reina Roja nos esperarán. Quizá el Sombrerero nos comprenda, pero no dirá nada. Sabe que no queremos que diga nada y asume que es de locos llegar a tiempo, en especial cuando el Tiempo, así con mayúsculas, es nuestro.

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