domingo, 4 de julio de 2010

Llévame a ti, Venecia

Sin amiga y sin libro, errante en las orillas
que mustia el sol y acaricia la luna,
Venecia, yo he de ser como una dogaresa
poseída por el sueño de tus canales lúgubres.
Tú, que sabes cuán fuertes pueden ser las tristezas
–porque su voluntad triunfa sobre el instinto
y poseen un rostro distinto que lastima–,
arrástrame, Venecia, a tu honda agua marchita.
Y cuenta a esos amantes vulgares del futuro
que ya les he juzgado y que yo los desprecio.
Oh tú, la solitaria, la altanera Venecia,
diles que nos burlamos de su humana alegría.
Desdeñémosles: son una turba insensata.
Ellos no saborean el exquisito tedio
de estar solos en medio de los hombres: a ellos
un desorden carnal les mató el pensamiento.
Diles, oh tú que flotas en las aguas
Fúnebre como yo, fría y oscura,
diles tú con mi voz de sombra y ya sin eco:
sólo es bella la muerte en tus hondos canales.

[Renée Vivien]

Restan días para mi regreso, del mismo modo que son pocas las horas antes de que recorra estos kilómetros de nuevo, pero con distinto objetivo y destino. Y, mientras tanto, pienso en Renée, en metáforas relacionadas con cafés helados y en una rara angustia de rosas lorquianas y violetas. Me hubiera gustado encontrarme con esta mujer. Cuando pienso en ella, recuerdo a Whitman con aquello de 'de haberles conocido, posiblemente les hubiese amado'. Vivien sería una víctima perfecta de mis raros platonismos y de mis admiraciones que brillan un instante para convertirse en eternas. Más allá de eso... mi estado de ánimo es perfecto para retornar a Renée Vivien. Y a otros muchos. Estoy tan invadida de deseos de cultura y de raras ansias de vivir que... inspiro apenas un segundo para sumergirme de nuevo en este maremágnum de reflexiones. Todo me sugiere algo, todo me hace constatar que estoy desgarradoramente viva y cada dolor, cada respiración fría, cada mirada al mar en el instante en que el sol hace arder mis ojos, cada recuerdo, cada pulsión de ausencias, cada nota oscura, me obliga a repetirme la palabra digna del alquimista. Vivo. ¡Vivo! Escribo, leo, veo, analizo y, esta vez, no comparto. Esta vez se trata de mí. El café se enfría, pero el té es cálido y me acoge en su bruma de melocotón.

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