
Hoy me siento como Orestes. Exactamente así. Y, al mismo tiempo, veo en el espejo a Clitemnestra. Qué terrible y abominable crimen. Qué tragedia tan sublime y perfecta. Qué complejidad de eternidades. Qué fusión de sentires y de almas, qué concepción de dualidades y tristezas.
Fui feliz en el instante de la sangre. De mi sangre. Creí que podría sobrevivirme. Pero jamás pensé en las Furias.
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