lunes, 11 de enero de 2010

Soñando

Hoy desearía acompañar a lord Byron de la mano a través de tierras lejanas y, siendo su camarada, reír en medio del humo y la niebla, llorar de dolor ante la tormenta del espíritu y rasgar carne y alma frente a las rosas de una ninfa. Me gustaría encontrar a Whitman en una calle transitada y pedirle que me enseñase a amar a todo ser vivo, que detenidamente, ambos tumbados en un claro de hierba viendo pequeñas y laboriosas hormigas trabajar, pudiese yo mirar al cielo y explicar a dios cómo se ha de bendecir a todos, y no sólo a los bienaventurados. Feliz sería si recibiese, en papel humedecido de perfume, una misiva de Wilde; las cinco en punto, té, su dios, mi diosa y el legado de la belleza condensado en apenas unas pocas palabras.


Y la sonrisa llegaría firme a mi rostro si, más tarde, Lorca me mostrase caballos de luz y, arrancando una pluma de una bella paloma, me enseñase en viejo pergamino cómo se han de componer los sonetos del alma. Así, trazaría mi mano las más bellas letras, expresaría mi pobre ser lo que no es capaz de pintar con palabras, sabiendo que esa noche, apenas regresase a mi hogar, una Safo dulce abandonaría sus palabras a las Pléyades y me nombraría su Cleis. Y ni Eros ni Atenea entenderían jamás lo que quien saborea la miel de la hermosura comprende.

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