miércoles, 6 de enero de 2010

Depeche Mode tuvo la culpa

La decepción. El bus que se escapa, los segundos que le imitan y la perspectiva de llegar tarde exageradamente presente. El mensaje que no quiero volver a leer jamás y la perspectiva de una víspera de Reyes tan deplorable como parece ser norma. Deseos, aún así, de una tarde hermosa. Malestar. Sensación de que no se es ni se tiene bastante. Los recuerdos y las añoranzas. El estado navideño inherente a mi persona y completamente incongruente con lo que me rodea.


Los cúmulos de gente. Las personas que gritan y casi llegan a las manos por un lugar en primera fila. El puñado de críos buscando caramelos y el buen número de padres con apariencia de hombres y mujeres que han sentado la cabeza, pero tan confusos al respecto de lo que ansían y esperan de la vida que casi causan lástima. Como ésa que me provoco a mí misma de cuando en cuando. Los sonidos, los ruidos que interfieren y la reflexión muda.


La llamada perdida. La carrera entre personas que no se merecen el permiso de conducción por equivaler en su caso a una verdadera licencia para matar en carretera. La extraña sensación de tranquilidad. La seguridad de contar con alguien al otro lado del teléfono en cuando sea necesario. La necesidad de aferrarse a otra persona. La confianza recobrada y los pasos en la cuerda del funámbulo.


Los recuerdos. La idealización, la comparación, el instante y la decepcionante comprobación. La estupidez propia e inherente al ser humano. Los sonidos caóticos. Las personas que se cruzan e impiden el paso. El bebé que me mira y aparta la mirada, como hacen casi todos los niños pequeños. No les gusto. No me gustan. Los cruces arriesgados y el autobús antes perdido que pasa frente a mis ojos con su sonrisa burlona. Lo que no puede cambiarse. Y, sin embargo, la imposibilidad de experimenta indiferencia al conocer. La necesidad de huir de lo establecido.


El instante que se acerca. El miedo a la quiebra propia, y a la ajena. El ineludible temor a la decepción. La falta de confianza. Los suspiros ahogados. El saludo a quien conozco, pero no sé el motivo ni la razón. La policía cortando el tráfico como pequeñas hormigas azules sobre el negro de la carretera. El vistazo a los árboles de hojas secas, rotas, quebradas. La utopía que por instantes brilla, translúcido cristal a la luz de un sol muerto. Lo ridículo de venerar a un Dios en el que no creo mientras regalo una postal acerca de ese mismo Dios. La ironía como arma.


El recuerdo. El dolor contenido. El olvido. La memoria. El rostro culpable y la sonrisa inocente. El cruce entre dos calles. El semáforo que con su tono verde y necesario pitido sugiere el paso rápido a los viandantes. Las heridas abiertas. Las cicatrices. La esperanza. Y la casi masoquista imagen de las futuras señales.


El deseo puro. La blancura pálida. La tristeza que, por un día, me sonríe. Las calles abarrotadas, plenas de gente que pasa sin conceder una mirada a quien tiene al lado. El destino reflejado en las pupilas de cada uno de esos seres humanos que se mueven a ciegas por los senderos agrestes y sorprenden con su ingenio al propio Dios, que debe estar arrancándose el cabello. La sonrisa suave en los labios. La luz vislumbrada al fondo. El anhelo. El miedo. La certeza. La blancura de nuevo. Y ahora, simplemente, la canción.


Nota final: Un post extraño, así podría denominar a este escrito. No es un songfic, no es una crónica, no es un diario al uso, tampoco se trata, sencillamente, de una tontería por completo carente de sentido. A modo de explicación, debería decir que es una mezcla de pensamientos y momentos vividos durante un paseo a primera hora de la tarde de ayer. Cuando camino sola, ya sea para encontrarme con otras personas o para hacer unas compras, suelo llevar música conmigo. Éste es el resultado de entremezclar las habituales situaciones de un momento como ése en plena víspera de Reyes, los complejos sentimientos acumulados a lo largo de meses, los pensamientos a los que les gusta demasiado pretender rozar las nubes y... ¿las canciones de Depeche Mode? Ya he comentado más arriba que suelo llevar música conmigo, de modo que cada canción se corresponde aproximadamente al momento del camino real y a los pensamientos o estado de ánimo. Sí, lo sé. Es de locos.

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