lunes, 4 de octubre de 2010

No es un poema de amor

Que era un blanco eterno,
una sed de piedras sin sangre
clamando sordamente por el hálito.
Y tu respiración. Una, dos, tres veces.
Partida. Rota. Quebrada
frente al abismo de aquella palabra escrita
con tinta frágil entre tus senos.

Así, fui recibida desde las viejas torres,
desde los castillos olvidados junto a la arena y el agua.
Y dirigí mis huestes contra sus murallas rotas,
y colgué su cabellera rubia del pecho de mi caballo,
y no hubo sino un postrero pétalo de margarita
entre el incienso y los cánticos.

Que era una sed de cristales y piedra,
un ansia sin fin de muerte blanca, y de vida
en tus ojos oscuros, hijos de Oriente,
hermanos del latido rítmico de la Tierra.
Y busco el alma en tus pupilas
que me muestran los secretos del ónice
y del misterio eterno de la sangre femenina.

Que era un paisaje yermo,
y allí floreció el jacinto y la rosa roja,
ésa que sólo vive en el instante de unión última
de los cuerpos anudados en apretado lazo.

Y el alma yace, allá donde la mano fría
de los seres de barro no pueden tocarla.
Yace, muerta, por ser de muerte y de fin.
yace, por ser hija de la Dama de lo oscuro
y añorar a cada instante
el retrato de su húmedo seno.

Pero tú, Alma, tú no busques ya respuestas
en las máscaras, los cálices y los corderos.
Llama a mi puerta, ¡llama!
Llama, pues yo te abriré y dejaré que mientas,
y beberé el vino dulce del pecado en tus labios.
Y ellos deberán callar,
al filo de la noche de piedra blanca
en la que haré descender la luna para tu cuerpo,
en la que tú serás toda de infinitos,
y serás mujer, y serás tierra, y serás carne, y serás fuego.


Nota final: Tonterías.

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