Es Lorca, a lomos de un caballo de luz y verdes crines. Es Safo susurrando al oído de las muchachas que han cruzado el umbral del paraíso. Es Hernández exhalando su último aliento en una celda y dejándose arrastrar por los vientos del pueblo. Es Wilde asumiendo el reinado de la más hermosa decadencia y clamando ante los jueces del mundo por el amor que no se atreve a decir su nombre. Es Renée Vivien tendida entre violetas y narcisos, sosteniendo la pluma y entregando su sangre con cada palabra escrita. Es Whitman coronado de hierba y flores mientras celebra su cuerpo. Es Bécquer acariciando con etéreas rimas a las diosas del mañana. Es Quevedo sentado junto a Marcial, ambos burlándose de lo divino y de lo humano. Es Shakespeare besando los labios de Jake y suplicándole que abandone a Jill. Es Cernuda enseñándome a ansiar el olvido.
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